Tras la pandemia… ¿UN MUNDO MEJOR?
Vivir como ser distinto y único entre
iguales: Hannah Arendt
Francisco Márquez
Este año los idus de marzo para nuestra
región llegaron cargados de una gran calamidad: una pandemia que se incuba en
China, se traslada rápidamente a Europa y de allí a todo el planeta. Una nueva
familia de virus, altamente contagiosa y letal, provoca alarmantes estragos en
la salud pública de sociedades del primer mundo y ni que decir de los países en
desarrollo, como eufemísticamente se nos llama. La alarma global cunde, las
emergencias sanitarias no se dan abasto, el contagio avanza indetenible,
víctimas mortales por doquier. Aparecen siniestros cuadros estadísticos que van
dando cuenta de una crónica surrealista de terror. El mundo retratado en una
escena apocalíptica.
Estrategias
para enfrentar la pandemia
Una primera reacción de los especialistas
recomendó el aislamiento social, como una forma inmediata de reducir la
propagación de la enfermedad, evitando así mismo el colapso de los servicios
sanitarios, habida cuenta del rápido incremento de contagios. Esto obligó a los
distintos gobiernos a reducir al mínimo su capacidad productiva, paralizar sus
energías en bienes y servicios, impactando así directamente en la economía.
Países con gran desarrollo tecnológico han
echado mano a lo suyo. Dispositivos con sensores de información múltiple -big
data-, veloz diagnóstico por medio de la masificación de pruebas, entre ellos.
Los más, convinieron en una salida radical: el distanciamiento social y
aislamiento. El cierre de escuelas, universidades, comercios; la paralización de
servicios, medios de transporte y de producción, como reacción inercial. Punto
de partida del otro monstruo: el desguace de la economía. Un monstruo aún más
grande que el mismo virus.
Y, quizás, este sea el meollo de nuestra
preocupación. A pesar de la crudeza reflejada en funestas cifras en un planeta
perplejo y horrorizado, cabe pasar al análisis del efecto inmediato y de mayor
trascendencia, sobre todo en países como el nuestro que durante décadas se
ufanaron de su cercanía al primer mundo y de una sólida economía. El impacto de
esta pandemia ha sido de tal magnitud que no existe economía en el mundo que no
haya sentido sus estragos, reflejados principalmente, en sus respectivos
sistemas de salud y empleo.
Más
que una crisis sanitaria, una crisis económica
En nuestra región, salvo quizás Uruguay,
esta pandemia ha corroborado nuestras falencias y crecimiento desigual. Huelgan
comentarios sobre la corte de áulicos y corifeos neoliberales, ortodoxos a
ultranza en cuanto al manejo macroeconómico, motivo de orgullo y engañifa
patriotera; equidistante todo ello, de un manejo económico interno afín a las
demandas de un estado-nación, de un proyecto nacional comprometido con los
fines de la república. Henchidos y a un paso de la OCDE, afrontamos el inicio
de esta pandemia con solo 100 camas UCI disponibles. Ello no es de extrañar: El
gasto público en salud, como parte del crecimiento económico, ha aumentado
levemente en las últimas dos décadas, llegando a un 3.2 % en 2017, última
estimación que tiene la OMS de la Salud y el BM; frente al promedio mundial de
6 % y el de América Latina en 4.2 %.
Sea por la santidad del libre mercado, la
corrupción sistémica de viejo arraigo o la miopía de una clase dirigente, por
lo que fuere, hoy nos enfrentamos a una difícil realidad que ningún programa de
ayuda podrá sostener esta debacle en ciernes. Algunos intentos de salvataje y
ayuda social, persisten en una orientación en pro de la gran empresa. Resulta
difícil torcer el brazo de un Estado artrítico ajeno a las demandas nacionales.
Una reedición de lo que Basadre llamó la “prosperidad falaz”, en referencia a
la era del guano. O más cerca, el cuento del “chorreo”.
¡No
mueras, te amo tanto!
A pocas semanas de iniciada la cuarentena,
fuimos sorprendidos por la súbita aparición de animales silvestres asomando de
su hábitat natural aprovechando el aislamiento social. Escenas de una
naturaleza supérstite nos infundió la esperanza del cambio, de una nueva
sociedad, más humana y sensible. Salimos a aplaudir a policías y médicos. Se
habló de un nuevo hombre, una nueva sociedad, como contraparte del
confinamiento obligatorio. El reencuentro de la familia, mensajes catárticos,
sentimientos de solidaridad y predisposición marcaron estos primeros momentos. ¡Bello!
Y, de a pocos, los ánimos trocaron.
Del aplauso, pasamos a la vigilancia
estricta del “toque de queda”. Fuimos testigos del desplazamiento a pie de
cientos de ciudadanos intentando retornar a sus pueblos, castigados en sus
economías más básicas; el colapso de los centros de salud, un mensaje
presidencial cada vez más anodino, mucha voluntad y escasa eficacia. Tres meses
y medio era demasiado: implosión total.
A estas alturas, los indicadores del BM son
de espanto. Se prevé una caída del PBI mundial que oscila entre 5 y 8 % para
este año, cifra superior al periodo de la Gran Depresión del 30; ampliando la
base social de extrema pobreza. En nuestra región, el “modelo peruano”, apunta
a un -12 % de recesión al cierre del 2020, frente a un -4.9 % de Chile, como
referencia. Un panorama sombrío e incierto.
Conviene, finalmente, pensar en el futuro
que nos espera. El sistema está en UCI, a contrapelo de un populismo galopante
y radicalismos extremos, de izquierda y derecha. Una urgente necesidad de
cambios profundos a todo nivel. Urge un Estado funcional a las demandas de la
población. El ciudadano común intenta salidas, y qué mejor momento para
priorizar lo colectivo, dejando atrás esta pertinaz anomia social.
Virus, muerte, abandono, crisis, miedo, estrés…
una niñez restringida a breves espacios, adolescentes y jóvenes compelidos a
sucesivas restricciones, minorías cada vez más postergadas, otra vez la
corrupción, el problema del transporte… un cuerpo con arterias saturadas de
trombos. Esto demanda de una terapia liberadora y centrípeta alrededor del
ciudadano, de la satisfacción de sus necesidades no solo vitales, de la
prevalencia de la microeconomía al orgullo de lo macro. El nuevo escenario de
la educación online, el trabajo remoto, el mercado virtual, a mi juicio, forma
parte de una nueva configuración de resiliencia social. Sin embargo, ello no es
suficiente frente a la brusca caída de ingresos, desempleo y la persistencia de
un Estado distante. Es el momento de la audacia y emergencia de fórmulas
innovadoras que soporten el peso de un duro periodo.
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