jueves, 9 de julio de 2020

Tras la pandemia… ¿UN MUNDO MEJOR?


Tras la pandemia… ¿UN MUNDO MEJOR?
Vivir como ser distinto y único entre iguales: Hannah Arendt
Francisco Márquez

Este año los idus de marzo para nuestra región llegaron cargados de una gran calamidad: una pandemia que se incuba en China, se traslada rápidamente a Europa y de allí a todo el planeta. Una nueva familia de virus, altamente contagiosa y letal, provoca alarmantes estragos en la salud pública de sociedades del primer mundo y ni que decir de los países en desarrollo, como eufemísticamente se nos llama. La alarma global cunde, las emergencias sanitarias no se dan abasto, el contagio avanza indetenible, víctimas mortales por doquier. Aparecen siniestros cuadros estadísticos que van dando cuenta de una crónica surrealista de terror. El mundo retratado en una escena apocalíptica.
Estrategias para enfrentar la pandemia
Una primera reacción de los especialistas recomendó el aislamiento social, como una forma inmediata de reducir la propagación de la enfermedad, evitando así mismo el colapso de los servicios sanitarios, habida cuenta del rápido incremento de contagios. Esto obligó a los distintos gobiernos a reducir al mínimo su capacidad productiva, paralizar sus energías en bienes y servicios, impactando así directamente en la economía.
Países con gran desarrollo tecnológico han echado mano a lo suyo. Dispositivos con sensores de información múltiple -big data-, veloz diagnóstico por medio de la masificación de pruebas, entre ellos. Los más, convinieron en una salida radical: el distanciamiento social y aislamiento. El cierre de escuelas, universidades, comercios; la paralización de servicios, medios de transporte y de producción, como reacción inercial. Punto de partida del otro monstruo: el desguace de la economía. Un monstruo aún más grande que el mismo virus.
Y, quizás, este sea el meollo de nuestra preocupación. A pesar de la crudeza reflejada en funestas cifras en un planeta perplejo y horrorizado, cabe pasar al análisis del efecto inmediato y de mayor trascendencia, sobre todo en países como el nuestro que durante décadas se ufanaron de su cercanía al primer mundo y de una sólida economía. El impacto de esta pandemia ha sido de tal magnitud que no existe economía en el mundo que no haya sentido sus estragos, reflejados principalmente, en sus respectivos sistemas de salud y empleo.
Más que una crisis sanitaria, una crisis económica
En nuestra región, salvo quizás Uruguay, esta pandemia ha corroborado nuestras falencias y crecimiento desigual. Huelgan comentarios sobre la corte de áulicos y corifeos neoliberales, ortodoxos a ultranza en cuanto al manejo macroeconómico, motivo de orgullo y engañifa patriotera; equidistante todo ello, de un manejo económico interno afín a las demandas de un estado-nación, de un proyecto nacional comprometido con los fines de la república. Henchidos y a un paso de la OCDE, afrontamos el inicio de esta pandemia con solo 100 camas UCI disponibles. Ello no es de extrañar: El gasto público en salud, como parte del crecimiento económico, ha aumentado levemente en las últimas dos décadas, llegando a un 3.2 % en 2017, última estimación que tiene la OMS de la Salud y el BM; frente al promedio mundial de 6 % y el de América Latina en 4.2 %.
Sea por la santidad del libre mercado, la corrupción sistémica de viejo arraigo o la miopía de una clase dirigente, por lo que fuere, hoy nos enfrentamos a una difícil realidad que ningún programa de ayuda podrá sostener esta debacle en ciernes. Algunos intentos de salvataje y ayuda social, persisten en una orientación en pro de la gran empresa. Resulta difícil torcer el brazo de un Estado artrítico ajeno a las demandas nacionales. Una reedición de lo que Basadre llamó la “prosperidad falaz”, en referencia a la era del guano. O más cerca, el cuento del “chorreo”.
¡No mueras, te amo tanto!
A pocas semanas de iniciada la cuarentena, fuimos sorprendidos por la súbita aparición de animales silvestres asomando de su hábitat natural aprovechando el aislamiento social. Escenas de una naturaleza supérstite nos infundió la esperanza del cambio, de una nueva sociedad, más humana y sensible. Salimos a aplaudir a policías y médicos. Se habló de un nuevo hombre, una nueva sociedad, como contraparte del confinamiento obligatorio. El reencuentro de la familia, mensajes catárticos, sentimientos de solidaridad y predisposición marcaron estos primeros momentos. ¡Bello! Y, de a pocos, los ánimos trocaron.
Del aplauso, pasamos a la vigilancia estricta del “toque de queda”. Fuimos testigos del desplazamiento a pie de cientos de ciudadanos intentando retornar a sus pueblos, castigados en sus economías más básicas; el colapso de los centros de salud, un mensaje presidencial cada vez más anodino, mucha voluntad y escasa eficacia. Tres meses y medio era demasiado: implosión total.
A estas alturas, los indicadores del BM son de espanto. Se prevé una caída del PBI mundial que oscila entre 5 y 8 % para este año, cifra superior al periodo de la Gran Depresión del 30; ampliando la base social de extrema pobreza. En nuestra región, el “modelo peruano”, apunta a un -12 % de recesión al cierre del 2020, frente a un -4.9 % de Chile, como referencia. Un panorama sombrío e incierto.
Conviene, finalmente, pensar en el futuro que nos espera. El sistema está en UCI, a contrapelo de un populismo galopante y radicalismos extremos, de izquierda y derecha. Una urgente necesidad de cambios profundos a todo nivel. Urge un Estado funcional a las demandas de la población. El ciudadano común intenta salidas, y qué mejor momento para priorizar lo colectivo, dejando atrás esta pertinaz anomia social.
Virus, muerte, abandono, crisis, miedo, estrés… una niñez restringida a breves espacios, adolescentes y jóvenes compelidos a sucesivas restricciones, minorías cada vez más postergadas, otra vez la corrupción, el problema del transporte… un cuerpo con arterias saturadas de trombos. Esto demanda de una terapia liberadora y centrípeta alrededor del ciudadano, de la satisfacción de sus necesidades no solo vitales, de la prevalencia de la microeconomía al orgullo de lo macro. El nuevo escenario de la educación online, el trabajo remoto, el mercado virtual, a mi juicio, forma parte de una nueva configuración de resiliencia social. Sin embargo, ello no es suficiente frente a la brusca caída de ingresos, desempleo y la persistencia de un Estado distante. Es el momento de la audacia y emergencia de fórmulas innovadoras que soporten el peso de un duro periodo.

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